domingo, 31 de enero de 2010

Si pudiera...

Llaves, llaves que brotan de vos y llegan hasta mí. Llaves que rebalsan en mis bolsillos. Llaves que resuenan una y otra vez con un intenso brillo metálico.

Llaves que suben, llaves que bajan. Llaves que vuelan, que ruedan, que caminan, que corren, que se arrastran. Llaves de color, llaves con olor. Llaves de mar, llenas de espuma y sal. Llaves de Sol, ardientes, luminosas, de puro fuego. Llaves de cristal, frágiles y translúcidas. Llaves que cantan, que bailan, que actúan. Llaves para mí, par vos, para todos. Llaves de hoy, de ayer, del mañana. Llaves para reír, para llorar, para desgarrarse las cuerdas vocales a gritos. Llaves para hablar, para callar. Llaves que recuerdan, que te olvidan, que te presienten. Llaves que no son sólo llaves pues son, a la vez, su propia cerradura.

Llaves que se pierden en el camino, llaves que me dicen que debo estar contigo. Llaves que siguen cayéndose de tu mirada y yo trato de alcanzar con las manos ahuecadas. Llaves, una tras otra que quiero guardar entre los pliegues de mi ser. Llaves encendidas, señalizando un destino que no se si es el mío. Llaves hasta las orejas, y yo sin saber qué hacer con ellas. Llaves de vos, desde vos, fabricadas por vos, arrojadas por vos, con sabor, con olor, con sonido a vos.

Llaves que no ocultan lo que vos sí te reservás. Llaves susurrando en mis oídos las palabras que vos enrollas en sus dientes de bronce. Llaves que se entretejen en mi mente formando tu insistente pensamiento. Llaves de mil formas que me cortan el alma en diferentes trozos. Llaves que quieren abrirme o cerrarme. Llaves para odiarme, para odiarte, para amarme, para amarte. Llaves que al caer se desparraman por el suelo, multiplicadas en infinitas llaves disminuidas.

miércoles, 27 de enero de 2010

Y lo mismo, vas a arder


Me voy, aquí me ves; me estoy yendo. No digas nada, hay una impronta intangible pero irrevocable en esta alma que se aleja. Mordete la lengua, ‘sh’, cerrá los ojos; no quiero tus palabras de hoja seca, no quiero pisarlas y escuchar mis silencios, no quiero abrir los ojos y verlas destrozadas, tan infinitamente divididas.
Me voy a tapar los oídos y espero no leerte los labios. BASTA, es que no entendés? No te parece suficiente haber llegado hasta acá, después de recorrer tan largo trecho? HIJO DE PUTA, se te nota en las pupilas dilatadas que querés más, en tus manos titilantes, en tu pelo espadachín del viento.
Imposible que dejes de mirarme como si me estuvieras devorando; no existe sitio en el mundo que pueda resguardarme de tu sed, de tu lengua seca y rasposa. Cargo con esta enemiga resuelta, llena de manos que me arrancan las gotas; no se les escapa una a las muy infames, cada gota se pierde en las palmas incandescentes de las extremidades de tu lengua idiota.
Date la vuelta, dame la espalda… DAS ASCO. Todavía no puedo entender cómo seguís ahí, acá, en todos lados. No me explico cómo logras llegar justo a tiempo a cada lugar en el que me hallo; sólo para desangrar mis sonrisas, quemar mis abrazos, escupirme los ojos, ¡limar mis pestañas!
Empezá a caminar, por favor, y NO vuelvas la mirada; vine hasta acá sólo para cerciorarme de que te ibas a ir por primera vez y para siempre. Espero que te estés pinchando con todas las puntas de estrella que sembré por el camino; qué estúpido fuiste, quitarme A MÍ el Sol que guardaba en el vientre. Despojarme A MÍ de la fuente de calor más pura jamás concebida. Estás muy equivocado, y lo mismo… vas a arder.
Cuando el calor se vuelva filo frío en tu torpe yugular, pronunciarás mi verdadero nombre; tus rodillas cederán automáticamente y caerás desplomado ante mí, ya sin, al fin. Volcaré en vos, y todo alrededor, una canción. Te arrojaré palabras, frases enteras como flechas de nada… tan capaces de vaciar el cuerpo y trazarle llamas.
Tu voz se abrirá paso rompiendo dermis, partirá en dos tu boca, rasgará fina y dolorosamente tu propio cuello; querrás llamarme y el silencio consumirá una a una las letras de tus palabras. El silencio como agujero, las ganas de gritar como aquello que se cae al abismo, y vos ya reducido a nada; con la mirada vencida y los pies atrofiados.
Vos, arrogante tiempo atrás, ahora suplicando una última caricia. Pidiéndome de rodillas un último beso.
Y yo no sé cómo logro resistirlo. Distante, y dejando a un lado el titubeo, te piso la cara, entierro tu boca en el barro; sos tierra, ahora tus ojos semillas. Siembro mi dolor hecho carne, mi angustia concreta y vuelta cuerpo, llena de oxígeno, plena de agua y… asquerosamente empapada de sangre.
Dejá que te lleven el surco, el pozo, mis gritos y tu sangre; concedeme este último favor y ya no andes por fuera. Enterrá tu cabeza en la tierra, asumí el papel de sedimento, de agua, de piel muerta, y prendé fuego tu cabeza… Sí, lo sé, tu alma va a estallar. Pero acá estoy, con una red de cazar mariposas, esperando el momento clave para capturar tus partículas de luz y arrojarlas al charco de la esquina. Vas a morirte de pronto, ya no tendrás nada más que desear…

miércoles, 20 de enero de 2010

All that I need


El Ciego gusta del Melón, pero el Trueno quiere Carozo y te eligió a Vos.



martes, 19 de enero de 2010

Al otro lado de la Cordillera


Tus manos giran en el agua, y en el viento esa gaviota se va a estrellar.

Desde lejos vienen bajando los días y en tus redes sin tiempo se van a quedar.

De vez en cuando alguna roca se cae y se pierde en el mar.

Algunos días tu gorro se escarcha y tu pulóver te empieza a picar.


Estos son los vuelos de los que leen en las olas,

De quienes hablan y escupen sal.

Los cuerpos sin luz recubren sus brazos de espuma

Y al atardecer el Sol les enseña a brillar.


La Luna entró en tus ojos y ese bote a lo lejos se va a extraviar.

Aquí la música tiene alas, y el silencio es una presa difícil de alcanzar.

Mañana llegan las nuevas olas y mejor que aprendas a nadar.

Parte del beso tu boca y entre mis labios se va a desparramar.


Hoy las gaviotas gritan tu nombre,

Mientras tus manos hacen el agua girar

Te leo en el mar

Ahora soy luz, vayamos a nadar.

lunes, 18 de enero de 2010

Hoy mejor digamos nada

Me voy al suelo cada vez que te veo,
cerca de la ventana mirando el camino
No es lo que ves, es lo que veo
El camino vacío parece lleno...


¿A qué me abrazo tan fuerte cuando te abrazo?

No digas nada, no me hace falta
Cada cosa en la casa sabe bien lo que pasa

Me voy al cielo cada vez que te veo,
hilvanando el camino para llegar...

¿A qué me abrazo tan fuerte cuando te abrazo?

viernes, 15 de enero de 2010

12

Entiendo algo, y es que no logro entender. Cuando creo que sé el por qué de las cosas, cuando pienso que puedo predecir tu próxima conducta… Ahí está el desconcierto, riéndose de mí y de mis ganas de comprenderlo todo. Pero ese ‘todo’ no es siquiera tan abarcativo, es un todo que te contiene entera y exclusivamente a vos. Y tal vez por eso la inseguridad, la falta de certeza, la sorpresa revuelta en mis pupilas, la desilusión comiéndose mis huellas.
Hoy no quiero llorar, hoy no quiero sentir que algo de mí se muere con vos. Porque no creo que realmente exista una conexión cierta entre nosotros dos. Mucha agua nos separa, las olas nos tapan, la sal nos oxida. Y ya no puedo siquiera leer lo que me decís, leer entre líneas como tanto me gusta a mí. No sé hasta qué punto es cuestión de lo que puedo o no puedo hacer. Llega un determinado momento en que ya ni quiero, no quiero hablarte, ni que me hables. Porque sé que no me vas a decir lo que quiero escuchar, que nada de lo que me digas me va a llenar. Pero aún peor es cuando lo que leo de vos me gira vertiginosamente y me empieza a vaciar.
Precisamente entonces quiero dejar morir esa parte tuya que hay en mí, que ese vacío no me saque risas ni destellos de luz, sino que se lleve tus ojos, tu música, tu manera de hablar… Sin embargo el remolino sólo me quita las ganas, las ganas de sonreír, de cantar, de abrir bien grandes los ojos. Y no quiero que así sea, no me resigno a que el mareo me lleve hasta una gran salina desierta, en la que ya no encuentre ni mis pasos.
Voy caminando, voy saltando. Pero quiero volar y aunque estire los brazos nunca llego tan alto. Admito que por momentos me dejo caer, me quedo inmóvil, sin necesidad alguna de moverme. El más leve movimiento ya sería un insulto para mi estado de ánimo, quien sólo desea yacer ahí, en paz. Algo así como bajarse del mundo, o al menos no girar más allá de la rotación inherente al suelo. Y a su vez sentir que con toda esa carga interna podríamos detener el curso de la Tierra alrededor del Sol. Porque toda esa energía hay que invertirla en algo, todo ese poder destructivo (autodestructivo) rebalsa de las manos. Entonces nos hacemos daño, o arremetemos contra un tercero; sin entender que la culpa es algo que no existe, un concepto católico, meras trabas para el desarrollo del ser espiritual de luz. No hay tales culpas, ni vos, ni yo, ni ellos son culpables.
La vida es una calesita, a veces nos sacamos la sortija, otras simplemente hay que pagar si queremos dar otra vuelta. No se acepta dinero, cada cual deberá saldar su deuda con lo que corresponda. Tal vez una lágrima, una carcajada, un abrazo, un agradecimiento, un arrepentimiento, un golpe, una caída, una canción… En mi caso, vos sos el calesitero. Y sabés muy bien cómo dejar mis manos vacías, sin sortija. Yo la niña empecinada, que vuelve a pagar como sea, con sus ganas, con sus besos, sus caricias, sus sueños; que rompe sus sonrisas y regala carcajadas, que quema sus pupilas y entrega sus lágrimas. Todo por seguir girando, para reclamar la sortija que posees y me corresponde. Ni siquiera es tan egoísta mi reclamo, vos también te beneficiarías con ello.

miércoles, 13 de enero de 2010

Sobre el encuentro

Y cuando frenes, el Sol sabrá.


Y cuando te alcance, la Luna se vestirá.


Así, tendremos una verdad y tendremos ropa.


Verdad para sernos sinceros, para construir un mundo sobre los cimientos de la pureza que da el verdadero entendimiento, la entrega plena.


Ropa para desnudar nuestros cuerpos, vestirlos de luz y de estrellas; para ser más que sólo carne y poder convertir un alma insípida en un alma bella.

domingo, 10 de enero de 2010

Te amo tanto que no puedo despertarme sin amar...



LA MUJER

Una mujer
desde otra tarde,
salpicada por un profundo espejo.

Tirada en el abismo
con sus menstruos carmín
depositados en el limo natural
con la precisión de besos.

Una damisela realmente celeste.
Vestidos de espuma dilatados,
corsés rosa,
adornos y teñidos.

Una mujer con collares
con ojos manuscritos
con pezones labiales y suaves
con sombreros de pétalos tan claros.

Una mujer dada a su propio mundo, mundo que la deglute y que le da los rayos.

Le da canastos con frutas e hijos,
miembros que la deshacen
y la vuelven a hacer nacer.
Barriletes en azoteas,
ligustros blancos.

Una mujer transportada es un misterio. Donde rozan sus pies dialogan flores y aparecen sangres.



Luis Alberto Spinetta

jueves, 7 de enero de 2010


Y a veces se me da pensar que si en la plenitud del ocaso le sostengo la mirada al Sol, y luego te miro a vos,


EN MIS OJOS PODÉS VER EL SOL.

miércoles, 6 de enero de 2010

Y sí, suele pasar, es un hecho tan inevitable como irreversible. De pronto hay un hilo de lana que se te enreda en los ojos y para ahuyentarlo hay que limpiarlo todo; desde el alma hasta el cuerpo, al derecho y al revés. Dejar brotar los mares de sal que se esconden en los intersticios de la sonrisa y secarlos al Sol con un poco de música de fondo.
Y no es más que una tristeza de lana, un hilo fino que pone en evidencia la fragilidad de nuestro estado de ánimo. Tal vez no haya motivos, o por el contrario, los tengamos de sobra. De cualquier manera, cuando el hilo se vuelve ovillo la única salida es hilvanarlo en la aguja de las pupilas y poco a poco ir tejiendo el llanto. Confeccionar un lindo pulóver, una simpática bufanda; entonces abrigarnos con nuestra propia tristeza, entibiarnos hasta los huesos...

Ninguna eternidad como la mía

Veamos ahora cuántas palabras puedo escribirte sin dejar de tipear. No importa la puntuación, las tildes, ni la correcta disposición de las letras queriendo ser palabras.

Vamos a bajar cada vez que se asuma el silencio, otro párrafo y a ver qué tal si empezamos a sonar.

Subí, acá arriba se entienden las cosas mucho mejor. Hay como una visión panorámica del todo, y existe la posibilidad de detenerse en cada una de las partes. Algo bastante raro hoy en día, puesto que pareciera oler a pecado el detenimiento del buen observador, sumándose a la concepción idiota el caótico rótulo de ‘pérdida de tiempo’.

Yo quiero mirar, congelarme los ojos en una sola imagen; tapar mis oídos una vez que haya entrado el sonido, y apreciarlo lentamente, padecer sus armónicos breves; porque es siempre un acorde, una nota perfecta que tiene nombre y me cachetea. Sí, tiene nombre y también fuerza, tiene armónicos y me golpea.

domingo, 3 de enero de 2010

El Duende y la Flor

Entonces, desde el centro mismo de la Tierra emerge una melodía estridente y transformadora. Los delicados pétalos comienzan a danzar lentamente y poco a poco descubren el celado núcleo que revisten con sus finos cuerpos. En cada nuevo movimiento, el Sol derrama una tibia caricia en forma de luz que hace estremecer a la flor misma hasta abrirla por completo; dejándola sumida en la mas embriagadora pereza, en la que sólo puede permanecer así, dándose al mundo tal como es, con su fina belleza y su orgánica pureza.

Y la música sigue llenando el vacío entre las moléculas del aire; ahora también la flor aporta su presencia resplandeciente a la imagen. Un duende que estaba observando el amanecer comenzó a oler una fragancia dulce y penetrante, que le invadía las narinas y cuando le llegaba al alma le provocaba estallidos de luz y color. Recorrió con la vista el estanque cerca del cual estaba recostado y vio (como la materialización misma de la magia) una flor cuyos pétalos color crema y núcleo amarillo-verdoso capturaban en su esencia el poder revitalizador de los rayos del Sol y la energía natural del agua y la tierra.

Por fin pudo salir de su asombro y caminó hasta ella. Quería comprobar si además de su perturbadora belleza, el aroma que le estaba desglosando las fosas nasales provenía de aquella flor. Se acercó lo más que pudo y realizó una inspiración profunda y completa en la cual sintió que una ola ardiente y perfumada lo invadía completamente, le colmaba las arterias y se escurría hacia todos los resquicios de su cuerpo y, por qué no, también de su alma.

Sobrecogido por el efecto que en él causaba el aroma de la flor, cayó en un sueño profundo y asimétrico que lo hizo entrar en las profundidades de la irrealidad y también del estanque. Totalmente inconsciente, no hubo reacción alguna de parte de su cuerpo ante la caída instantánea en el agua que ya le comenzaba a llenar los pulmones; tampoco su mente percibió la situación en la que estaba, puesto que el ensueño le vedaba las neuronas y capturaba cualquier pensamiento que no alimentara la fantasía descollante que se apiñaba en el hipotálamo.

Inalterable, la flor permaneció inmóvil, también ella en el estado de alucinación que, en su caso, el Sol le provocaba. Fue entonces cuando ambas figuraciones se confundieron en una sola y tanto el duende como la flor fueron protagonistas de un mismo delirio, contribuyeron a escribir una misma página de aquel cuento ilusorio. Al principio no se reconocieron, pero pronto el duende volvió a reconocer en ella la materialización misma de la magia que antes lo había deslumbrado. Fue inútil su intento por articular palabra, puesto que en esa realidad irreal, simplemente las palabras NO existían. Sólo bastaba con observar los ojos del ser que se tenía delante y la comunicación fluía por un puente invisible que conectaba ambas almas en la misma sintonía.

La flor, vuelta hada de luz en este pacto con el absurdo, sintió cómo el duende le transmitía una extraña energía. Tardó unos instantes en comprender que aquello significaba amor, pero cuando lo hizo, experimentó la irrefrenable sensación de un amor recíproco hacia aquel tierno ser que acababa de conocer, pero que creía haber llevado consigo toda su vida.

Ambos se fundieron en un abrazo cósmico que los elevó más allá del tiempo y el espacio y los dejó flotando en la inmensa eternidad de la magia, que los había conducido a través del amor hasta ese momento.