domingo, 25 de septiembre de 2011

Sunlight in a jar


Quiero borrar, elidir, sintetizar. No tolero más elementos coordinados, voy a tipear el punto final de la más larga de mis oraciones. Habremos de seguir el juego en otra parte, con otras manos y compartiendo otras camas.

Esa estúpida incompatibilidad entre los tiempos verbales, sí, exactamente ese tipo de incoherencia léxica nos caracteriza. Yo siempre fui el pretérito perfecto, el sí, lo concreto y lineal. En cambio tus desinencias se inclinaban violentamente hacia el condicional simple, casi casi inocente pero aún así incisivo, propagador de sangre. Donde yo amé vos amarías, y así la lluvia, una elegía a la estúpida levedad de la nube que se mantiene arriba mientras el agua cae.

Siempre quise saber por qué, hasta cuándo, cómo. Pues bien, recién ahora entiendo que el problema no era encontrar las respuestas, sino la maldita pregunta correcta. Anoche entendí que mi único interrogante fue siempre quién. Sigo sin saber quién sos, quién soy yo cuando estoy en frente tuyo, quiénes somos así enlazados, a quién engañamos. Quizás una buena dosis de realidad casta y académica era lo que nuestra didáctica vulgar andaba necesitando, acaso siempre gritamos pidiendo ayuda al dios equivocado.

Ahora nos llamamos al silencio, cerramos los ojos bien fuerte para que ni siquiera el otro pueda vernos, y así nos creemos enormes, tan desentendidos. Me miro al espejo intentando encontrar alguna señal tuya, la más mínima parte de vos que te defina a modo de contraste con lo que únicamente a mí me pertenece. Forma y contraforma, una diferenciación que nos complejiza, nos da la esencia turbia de quiénes somos… pero por separado. Creo que la gracia es que siempre permanezca la duda de qué carajo somos los dos juntos.

El verde y el violeta son hermosos por separado, pero decime a quién le gusta el color que forman cuando se juntan… quizás sea muy básico o demasiado gráfico, pero creo que viene al caso. No vamos bien unidos, nos atraemos por lo que cada cual es por su lado, pero cuando nos metemos en la cama no soportamos la estampa, no nos gusta la combinación de esos pigmentos que en cuanto se juntan pierden sus mejores características.

Y creo que así pasó la noche, lo que buscabas cuando estirabas el brazo no era lo que veías cuando yo me apoyaba en tu pecho. Y lo que yo leía en tu ventana no es lo que beso cuando te veo. La tentación de encontrarnos al fin es lo que nos impulsa, lo que nos hace intentarlo una vez más. Pero aún con la resaca de las sábanas y el vino no puedo decir más que marrón y que quiero un baño para sacarme cada pedazo de tu cuerpo que se ha creído mío.

Un segundo, puedo contar un solo segundo en el que me sentí pura, aún sobre tus aguas que siempre me dejan diluida. Ahora me queda ver si aquel segundo vale por tanta vida desteñida, desmembrada, disminuida. Yo iría adelantando que no, pero cuando vuelva la oportunidad de tener otro más de aquellos segundos no sé si estaré tan segura. Vamos a ver qué pasa, cuánto de vos puedo beber sin ahogarme, cuánto de mí te puedo dar sin que me lo pidas.