jueves, 10 de junio de 2010

Hojas nuevas, hojas viejas, hojas vivas, hojas muertas.


Cuando cambiás hasta la forma de mirar sólo porque dentro de tus ojos hay recuerdos que no podés borrar. Qué pueden decir? Mejor el silencio y que llegue la noche.

Si no hay manera de ocultar la imagen precisa de tus besos en mis labios, de tus caricias en mi cara, de tus abrazos en mi cuerpo... entonces me doy por vencida, no voy a lograr cuidarme.
Y sé que no voy a poder cuidarte. Porque hace tiempo dejé de intentar salvarme.
Hubo un tiempo en que el mar se devoraba mis ríos, y ahora no sé ser ese mar que se come tus besos y tus abrazos, que se llena de color con tus cardúmenes de caricias y tus ojos de corales.
Soy todo lo que recuerdo, todos mis miedos, el animal muerto, y los espejos turbios (torcidos). Me sé todas esas cosas que no pude dejar de lado para abrirme camino. No es que no pueda prescindir de mi pasado, el problema es que no creo en mi futuro. Perdí la confianza, la inocencia, la ilusión... las dejé tiradas al costado del charco al que me caí, en el que me convertí.
No quiero creerte, y mucho menos quererte. Me cuesta horrores levantar la mirada sin sentir que solamente somos dos y la nada, y mientras vos leés en mis ojos el pasado, yo dibujo en los tuyos un futuro de lágrimas cansadas.
Perdón, pero no puedo confiar en tus palabras ni en tus acciones, ni en tus condiciones. El miedo es muchísimo más fuerte, y sabe perfectamente qué palabras utilizar para convencerme siempre de que no lo haga, de que no te deje el camino abierto, ni me atreva a dar otro paso.
Necesito una certeza monumental, una garantía colosal que me asegure que no me vas a quebrar todos los dedos, uno por uno, hasta dejarme sin palabras. La ráfaga anterior se llevó mis alas dejandome a cambio una muralla de proporciones aún no establecidas y no sé si seré capaz de volver a cambiar mi tapado de piel, para empezar otra vez.
No te imaginás lo horrible que es convertirse en lo que aborreciste, ser tu propio verdugo y cagarte mil veces en tu carne fría, matarla con tu propia materia de fuego, que ahí va. Asfixié mis alas con los músculos de mi espalda por pura pena, por haber dado con la única premisa verdadera en esta vida y asumir de ahí en más que la felicidad es artificial.
Voy a pedirte un favor, y es que no vuelvas. No sé si realmente este es el final, pero se ha compuesto la voz después de tanto grito y bueno será lo que en buenos términos acaba. Prefiero guardar tu recuerdo así, sin manchas de humedad ni olor a encierro... dejarlo entre las hojas secas y los silencios que nunca nos compartimos.

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