miércoles, 2 de junio de 2010

Mejor no me lo digas, guardemos secretos... tengo una lista de películas que quiero ver.

En la próxima, a mitad de cuadra, de mano izquierda. Ahí donde está el tacho negro.

La noche aplaudía, una vez más, el final de su obra favorita. Incontables veces había escuchado aquella frase inalterable, cuyo remate triunfal iba de la mano del sonido hueco que emitía la puerta del auto al cerrarse.

Nada resumía mejor aquel espectáculo nocturno que ese concluir en un acto simple, pero determinante.

De vez en cuando, le seguía un cafecito entre humo y alguna conversación casual o simplemente una rápida despedida con un ‘¿Cuánto te dejo?’ de por medio.

Al finalizar este último acto, la noche se desperezaba y permanecía estirada a sus anchas hasta la llegada del nuevo día. Él se refugiaba entre las paredes blancas de su casa, y si resolvía echarse directamente en el colchón no se dormía sin antes pensar que quería pintar en esa pared inmaculada una piola obra de arte. Algo así como plasmar la gráfica de Pink Floyd ‘The Wall’ o la última frase de aquel texto: SOS IMPENETRABLE.

Todavía le quedaban rastros de alcohol en sangre y alguna que otra sustancia, ahora bien guardada en el puf que asoma, inocente, a los pies de la cama.

El fin de semana es así, tiene cara de borracho y piel de cartón. Aliento a whisky y un palo en la mano. Gusta de capotear autos y baila de costado con una mano arriba y la otra en la cintura. Pillo patán el inocentemente llamado ‘finde’.

Solía encontrarse con el entre vaso y vaso de fernet, seguramente hayan sostenido una buena conversación sobre política o el faso.

De cualquier manera, ya se escuchaba el tempo tanguero del domingo que silbaba cada vez más cerca. Y nuestro actor único permanecía inmóvil sobre el acolchado. Completamente vestido y con un pucho en la boca, entre tanto divague se le había vuelto necesario.

Las sábanas del sueño se mostraban cada vez más tentadoras y el mareo comenzaba a ceder. Podía tragar saliva sin sentir el gusto a branca en la boca y a sus ojos rojos les había vuelto su color natural. Sólo restaba dormir… pero no sin antes desinfectarse el arito.

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