viernes, 30 de julio de 2010

¡ MAÑANA, YA VERÁS, VAN A CRECERNOS ALAS !


Llega un momento en el que ya no sirve llorar, las lágrimas se convierten en aire y apretar los párpados es como inhalar mientras que dejarlas caer sería lo mismo que exhalar. Por eso te digo que se vuelve innecesario, prácticamente mundano.
Entonces el dolor toma otra vía de escape y se retuerce el alma dentro del estómago para dar paso a los espasmos. Comienza la función en el teatro del horror. El cuerpo se debate entre la asimilación y el rechazo. Se pueden apreciar los intentos del diafragma por acabar con todo, por perpetuar un vacío tanto sólido como líquido. Todo se va de uno, salpicando una existencia deshecha por las vicisitudes de la vida. La garganta arde y la boca se entrega a la voluntad de un cuerpo ansioso por limpiarse del todo.
El alma forja la pureza de un organismo contaminado por los miedos y las inseguridades, quiere hacer del hombre un animal de naturaleza despierta, alerta a la luz del mundo. Se le pide al ser aturdido que abra los ojos y se sitúe nuevamente en el espacio-tiempo, que se sacuda el espanto de las neuronas y rectifique su arraigo insalvable a una tierra que lo atrae y lo conserva dentro de un mismo cielo. Dejar esa concepción idiota de la realidad como una calesita macabra que todo lo gira y lo distorsiona. Darse la oportunidad de comenzar de nuevo, sentirse libre de todo pasado subyugante y confiar en nuestra capacidad innata de regeneración.
En ocasiones se vuelve una necesidad mental y hasta orgánica vaciar el cuerpo de todo lo que limita al alma, es entonces cuando todos los órganos se disponen a salir a escena. Así las cosas, se da comienzo a la función estelar del despojo absoluto: evaporar la carne, licuarse los huesos, quemar la sangre, escurrir bilis. Y como detalle final, antes de que se cierre el telón, el último espasmo. Una cuasi convulsión espantosa seguida del llanto primero de un cuerpo que nace, mezclado con el grito desgarrador de un alma que al saberse presa, desespera.

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