miércoles, 18 de agosto de 2010

¡Y yo que creía que todo era eterno... te saludo ya es otro tiempo!

Ahí va la poesía fugaz, una pestaña que salta de tus ojos y al pedir el deseo... ya no sirve más.
No se mide en versos ni estrofas, simplemente se cuelga de los ojos por un instante breve y apenas pestañeás, salta al vacío del olvido; un abismo en que ninguna mirada resiste el paso del tiempo, ni siquiera las palabras pueden regresar a la superficie colocándose encimadas.
Cuando te leí por primera vez no eras más que eso, una fugacidad perenne que regalaba su mejor fragancia al mundo justo un segundo antes de estallar y dejar de ser o perfumar (tus labios eran las estrofas y tu boca: poesía).
Los pétalos de tus palabras, la flor de tus pupilas, la serenidad con que aceptabas la muerte inminente y dejabas una huella imprecisa en aquel papel que también se consumiría tarde o temprano...
Todas esas imágenes se volvieron carne y agua en el momento en que me besaste (metáfora única de abarcar la eternidad e individualizarla en tu boca).
Extraño esa ignorancia dulce de no conocer tus labios, así como también la timidez de mis manos al describir tus brazos antes de que me abrazaras.
Me refriego los ojos en un intento vano de que se me caigan todas las pestañas, los versos y los poemas. Y así, poder seguir adorando tu forma volátil y mortal, tu certeza irrevocable de perecer ante la eternidad de las palabras. Asumir, al igual que vos, que las pestañas se nos caen pero quedan los sueños.
¡Ahora prestame tu pulgar, vamos a jugar!

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