viernes, 15 de enero de 2010

12

Entiendo algo, y es que no logro entender. Cuando creo que sé el por qué de las cosas, cuando pienso que puedo predecir tu próxima conducta… Ahí está el desconcierto, riéndose de mí y de mis ganas de comprenderlo todo. Pero ese ‘todo’ no es siquiera tan abarcativo, es un todo que te contiene entera y exclusivamente a vos. Y tal vez por eso la inseguridad, la falta de certeza, la sorpresa revuelta en mis pupilas, la desilusión comiéndose mis huellas.
Hoy no quiero llorar, hoy no quiero sentir que algo de mí se muere con vos. Porque no creo que realmente exista una conexión cierta entre nosotros dos. Mucha agua nos separa, las olas nos tapan, la sal nos oxida. Y ya no puedo siquiera leer lo que me decís, leer entre líneas como tanto me gusta a mí. No sé hasta qué punto es cuestión de lo que puedo o no puedo hacer. Llega un determinado momento en que ya ni quiero, no quiero hablarte, ni que me hables. Porque sé que no me vas a decir lo que quiero escuchar, que nada de lo que me digas me va a llenar. Pero aún peor es cuando lo que leo de vos me gira vertiginosamente y me empieza a vaciar.
Precisamente entonces quiero dejar morir esa parte tuya que hay en mí, que ese vacío no me saque risas ni destellos de luz, sino que se lleve tus ojos, tu música, tu manera de hablar… Sin embargo el remolino sólo me quita las ganas, las ganas de sonreír, de cantar, de abrir bien grandes los ojos. Y no quiero que así sea, no me resigno a que el mareo me lleve hasta una gran salina desierta, en la que ya no encuentre ni mis pasos.
Voy caminando, voy saltando. Pero quiero volar y aunque estire los brazos nunca llego tan alto. Admito que por momentos me dejo caer, me quedo inmóvil, sin necesidad alguna de moverme. El más leve movimiento ya sería un insulto para mi estado de ánimo, quien sólo desea yacer ahí, en paz. Algo así como bajarse del mundo, o al menos no girar más allá de la rotación inherente al suelo. Y a su vez sentir que con toda esa carga interna podríamos detener el curso de la Tierra alrededor del Sol. Porque toda esa energía hay que invertirla en algo, todo ese poder destructivo (autodestructivo) rebalsa de las manos. Entonces nos hacemos daño, o arremetemos contra un tercero; sin entender que la culpa es algo que no existe, un concepto católico, meras trabas para el desarrollo del ser espiritual de luz. No hay tales culpas, ni vos, ni yo, ni ellos son culpables.
La vida es una calesita, a veces nos sacamos la sortija, otras simplemente hay que pagar si queremos dar otra vuelta. No se acepta dinero, cada cual deberá saldar su deuda con lo que corresponda. Tal vez una lágrima, una carcajada, un abrazo, un agradecimiento, un arrepentimiento, un golpe, una caída, una canción… En mi caso, vos sos el calesitero. Y sabés muy bien cómo dejar mis manos vacías, sin sortija. Yo la niña empecinada, que vuelve a pagar como sea, con sus ganas, con sus besos, sus caricias, sus sueños; que rompe sus sonrisas y regala carcajadas, que quema sus pupilas y entrega sus lágrimas. Todo por seguir girando, para reclamar la sortija que posees y me corresponde. Ni siquiera es tan egoísta mi reclamo, vos también te beneficiarías con ello.

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