miércoles, 6 de enero de 2010

Ninguna eternidad como la mía

Veamos ahora cuántas palabras puedo escribirte sin dejar de tipear. No importa la puntuación, las tildes, ni la correcta disposición de las letras queriendo ser palabras.

Vamos a bajar cada vez que se asuma el silencio, otro párrafo y a ver qué tal si empezamos a sonar.

Subí, acá arriba se entienden las cosas mucho mejor. Hay como una visión panorámica del todo, y existe la posibilidad de detenerse en cada una de las partes. Algo bastante raro hoy en día, puesto que pareciera oler a pecado el detenimiento del buen observador, sumándose a la concepción idiota el caótico rótulo de ‘pérdida de tiempo’.

Yo quiero mirar, congelarme los ojos en una sola imagen; tapar mis oídos una vez que haya entrado el sonido, y apreciarlo lentamente, padecer sus armónicos breves; porque es siempre un acorde, una nota perfecta que tiene nombre y me cachetea. Sí, tiene nombre y también fuerza, tiene armónicos y me golpea.

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