miércoles, 6 de enero de 2010

Y sí, suele pasar, es un hecho tan inevitable como irreversible. De pronto hay un hilo de lana que se te enreda en los ojos y para ahuyentarlo hay que limpiarlo todo; desde el alma hasta el cuerpo, al derecho y al revés. Dejar brotar los mares de sal que se esconden en los intersticios de la sonrisa y secarlos al Sol con un poco de música de fondo.
Y no es más que una tristeza de lana, un hilo fino que pone en evidencia la fragilidad de nuestro estado de ánimo. Tal vez no haya motivos, o por el contrario, los tengamos de sobra. De cualquier manera, cuando el hilo se vuelve ovillo la única salida es hilvanarlo en la aguja de las pupilas y poco a poco ir tejiendo el llanto. Confeccionar un lindo pulóver, una simpática bufanda; entonces abrigarnos con nuestra propia tristeza, entibiarnos hasta los huesos...

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