¿O es pedirte mucho? Pregunto, porque ya no estoy muy segura de nada… hace varios días que el reloj me anda mal, un día llegué veinte minutos antes al laburo y otra vez viví durante una hora pensando que eran las seis y media cuando en realidad era una hora más temprano.
Pequeñas cosas que uno no quiere ver, señales implacables. A partir de eso me di cuenta de que tengo que ser más consciente del tiempo, de MI tiempo. Y caí en la cuenta de que hace ya un largo rato que lo estoy desperdiciando.
Una cosa es ser perseverante, y otra, ser un tremendo idiota. Soy lo segundo, siempre lo fui y ambos lo sabemos. Pero lo que yo no quería saber era que vos te aprovechabas de eso, que te pasabas mis lágrimas por el culo (lágrimas de idiota, sí, pero lágrimas al fin), que no tenías piedad al mirarme a los ojos y ocultarme todo, excepto claro, esas pequeñas cosas que sabías perfectamente cuánto me dañaban. Si la muerte ya estaba consumada, si lo que veías no era más que un fantasma pálido y desnudo, por qué no decirlo todo, desenrollar hasta el último silencio desde tu lengua.
Hiciste del silencio un arte, de las evasivas un deporte, de tus besos una picana a puro descargue. Yo te hice un castillito para que fueras el rey indiscutible, amo y soberano de todas las cosas (de las mías). A eso me correspondiste con la construcción de una muralla implacable.
Siempre guardando la última mariposa entre las manos, creyendo que no se iría jamás, que todas las demás que habían huido despavoridas volverían al darse cuenta de que vos sí valías la pena. Maldita esperanza con alas… Se fue ayer, con más dolor y barullo que las anteriores, que la suma de todo el horror que habían pintado en pleno vuelo aquellas otras.
Ahora sí que dejo de intentar oxidarte, agrietarte, descascararte, rasgarte (y ni hablar de tocarte). Sé que mucha de la culpa es mía, pero no entendía de medidas, no creía que fuera malo, ¡¿CÓMO PODÍA ESTAR MAL QUERERTE DEMASIADO?! Ya lo asumí, no te preocupes. Terminé de armar el rompecabezas de la decepción, perdí al truco con la resignación, volé en mil pedazos el fuego artificial de la ingenuidad y rompí para siempre la piñata del deseo.
Nunca pude llegar a vos, y ahora quizás cueste horrores que alguien pueda llegar a mí. Tu implacable muralla ahora me pertenece, me resguarda, me agiganta. Gracias por eso, siempre fui demasiado vulnerable. Ahora no creo que ni el grito de mi propio corazón logre conmoverme.
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