domingo, 7 de marzo de 2010

De una vez por todas... y para SIEMPRE.


Vamos a morirnos de pronto, ya no habrá nada más que desear. Se convertirán mis deseos en nube, luego en lluvia y más tarde en charco que alguien pisará. A ese alguien se le mojarán los pies (ambos) y podrá enfadarse o bien disfrutar del agua que habrá de juntar. Si se enfada, tendrá sus razones, justificables o no, las tendrá; en cambio si se alegra, quiere decir que es una persona que sabe de agua y de la muerte. Será, en ese caso, alguien que comprende lo que es amar hasta estallar, licuarse el alma hasta que sólo queda la muerte en su estado natural: agua.
Y si bien estas cosas de la vida uno las puede aprender sin ser consciente, y creer que sólo se está riendo de su percance aguado, dicha persona precisa saber que no es casualidad lo que siente; por lo contrario, su sentimiento está arraigado a sentimientos mucho más hondos, casi enterrados en la mente de los menos observadores.
Un charco moja esa tierra, la revuelve, deja en la superficie hasta la última semilla, y permite que la perfore el sol. Entonces bien, ahora la semilla ha sido germinada por la luz y brotará de ella un pensamiento también lúcido, que romperá con las sombras podridas en las miradas de los transeúntes.
Volviendo a quien pise mi muerte, a esa persona que se mojará los pies con mi amor aguachento; será uno o más, quizá miles de ciudadanos promedio se hundan en mis aguas claroscuras... Y por eso tanta historia, para advertir hasta al menos perceptivo de los que anden sin rumbo por las mismas calles que yo he transitado.
Usted, ustedes, todos aquellos y también estos otros, lean atentamente estas palabras últimas y desesperadas; este texto incoherente que guarda el secreto de las almas que han sucumbido en busca de la luz más tierna y suave, la luz más clara y perfecta, la luz del amor al fin compartido y las metas ya alcanzadas.
Cuando pisen un charco no se resistan, no maldigan ni se auto compadezcan; en el acto de mojarse los pies estarán comulgando con algo mucho más complejo que agua estancada. Vivirán por un segundo (muy, pero muy breve) el último instante en que amé intensamente; entenderán mi muerte irreversible y la cantidad de amor que chorreaba de mi alma la última vez que me miró a los ojos.
En ese ritual mundano, pero aún así perfecto, se pondrán en mis zapatos y sentirán el agua misma de un alma incorruptible que sólo podía pintarse de un único color, color primavera; pero cometió el error de deshojar una flor que hizo que él ya no la quiera.

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