viernes, 26 de febrero de 2010

“Eran las diez y cuarto. Entré en el casino con una firme esperanza y al mismo tiempo con una emoción que jamás había sentido. Todavía había gente en los salones de juego, aunque dos veces menos que por la mañana.

A las once no quedan en torno a las mesas más que los verdaderos jugadores, los jugadores inveterados, para quienes, en los balnearios, no existe sino la ruleta. Sólo han venido por ella, apenas observan lo que sucede en torno suyo y no se interesan en ninguna otra cosa de la temporada. No hacen más que jugar desde la mañana a la noche, hasta el alba si fuese posible. Se van siempre a disgusto cuando a medianoche se cierra el casino. Y cuando el más viejo de los croupiers, antes de cerrar, un poco antes de medianoche, anuncia: <>, están dispuestos a jugarse en estas tres jugadas todo lo que llevan en los bolsillos, y, de hecho, a estas horas es cuando más grandes cantidades se pierden.” (Pág. 111)



El jugador - Dostoievski

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